No recuerdo qué día fue, pero recuerdo que hacía un calor para derretirse.
Esa Navidad, me veía en la playa en lugar de en casa junto a la chimenea.
Sudaba tanto que mi camisa estaba pegada el cuerpo. Odio esa sensación.
Me hubiera abrazado a un bloque de hielo.
Hasta que me crucé con un chico que sonreía de oreja a oreja como si él sí estaba abrazado a un bloque de hielo.
Llevaba unos auriculares vintage, de esos aparatosos que se llevan de nuevo.
Pensé que estaba escuchando su canción preferida.
O, tal vez, no eran auriculares, sino uno de esos ventiladores que parecen auriculares y que se ponen alrededor del cuello.
La verdad, al tío no se le veía acalorado. Para nada.
¿Estaba disfrutando del aire fresco que el ventilador le regalaba mientras yo me asfixiaba?
Qué envidia, la verdad.
Luego, caí en que sin duda, esa cara de felicidad, de satisfacción, solo podía ser porque acababa de estrenar una camiseta y claro ¿a quién le afecta el calor en un momento como ese?
A mí tampoco, desde luego.
Mira que tengo claro que en verano no hay prenda que me haga sentir tan bien como una camiseta blanca con una ilustración original que te deja de hielo.
¡Y yo con una camisa! Tiene huebos.
¿Quieres saber cómo se puede ser ajeno al calor, por mucho calor que haga?
No, con el torso al aire, no.
Bueno, si quiere que se vea tus tatuajes, adelante.
Si quieres saber cómo ser ajeno al calor sin quitarte la camiseta, rellena el formulario una líneas más abjao, yo te mando tres correos a la semana y sin darte cuenta, dejarás de sentir calor.
Aunque tengas un ventilador de esos que igual puede ser unos auriculares, no hay nada como una camiseta blanca con un estampado que te pone la carne de gallina.
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